“Un saber como el que llamamos científico es un saber que, en el fondo, supone que hay verdad por doquier, en todo lugar y todo tiempo. Más precisamente, para el saber científico hay, desde luego, momentos en que la verdad se aprehende con más facilidad, puntos de vista que permiten percibirla con mayor comodidad o seguridad; hay instrumentos para descubrirla donde se oculta, donde se ha rezagado o enterrado. Pero, de todas formas, para la práctica científica en general siempre hay verdad; la verdad está siempre presente en cualquier cosa o debajo de cualquier cosa, y se puede plantear la cuestión de la verdad con referencia a todo. El hecho de que esté enterrada, que sea difícil de alcanzar, no remite sino a nuestros propios límites, a las circunstancias en que nos encontramos. En sí misma, la verdad recorre el mundo entero sin jamás ser interrumpida. En ella no hay agujero negro. Esto quiere decir que para el saber de tipo científico nunca hay nada que sea suficientemente insignificante, fútil, pasajero u ocasional para no suponer la cuestión de la verdad, nada que sea lo bastante lejano, pero nada, asimismo, que sea lo bastante próximo para que no se le pueda preguntar: ¿quién eres, en verdad? La verdad habita todas y cada una de las cosas, aun ese famoso recorte de uña del que hablaba Platón. Esto significa no sólo que la verdad habita por doquier y que en todo instante se puede plantear la cuestión concerniente a ella, sino también que no hay nadie que, desde un principio, esté descalificado para decirla, siempre que, por supuesto, tengamos los instrumentos necesarios para descubrirla, las categorías indispensables para pensarla y el lenguaje adecuado para formularla en proposiciones. Digamos, para hablar de una manera aún más esquemática, que tenemos aquí cierta postulación filosófico-científica de la verdad que está ligada a una tecnología determinada de la construcción o la constatación como derecho universal de la verdad, una tecnología de la demostración. Digamos que tenemos una tecnología de la verdad demostrativa que, en suma, se funde con la práctica científica.

Ahora bien, creo que en nuestra civilización hubo otra postulación, muy distinta, de la verdad. Esa otra postulación, sin duda más arcaica que la anterior, fue descartada o recubierta poco a poco por la tecnología demostrativa de la verdad. Y esa otra postulación, que a mi entender es totalmente crucial en la historia de nuestra civilización, por el hecho mismo de haber sido recubierta y colonizada por la otra, es la postulación de una verdad que, justamente, no está por doquier y siempre a la espera de alguien que, como nosotros, tiene la tarea de acecharla y asirla en cualquier lugar donde se encuentre. Se trataría ahora de la postulación de una verdad dispersa, discontinua, interrumpida, que sólo habla o se produce de tanto en tanto, donde quiere, en ciertos lugares; una verdad que no se produce por doquier y todo el tiempo, ni para todo el mundo; una verdad que no nos espera, pues es una verdad que tiene sus instantes favorables, sus lugares propicios, sus agentes y sus portadores privilegiados. Una verdad que tiene su geografía: el oráculo que dice la verdad en Delfos no la formula en ninguna otra parte y no dice lo mismo que un oráculo situado en otro lugar; el dios que cura en Epidauro y dice a quienes acuden a consultarlo cuál es su enfermedad y cuál el remedio que deben aplicar, sólo cura y formula la verdad de la enfermedad en Epidauro y en ninguna otra parte. Verdad que tiene su geografía, verdad que tiene también su propio calendario o, al menos, su propia cronología.

(…)

Tenemos, entonces, la verdad que se constata, la verdad de demostración, y tenemos la verdad acontecimiento. Esta verdad discontinua podría recibir el nombre de verdad rayo, en contraste con la verdad cielo, universalmente presente bajo la apariencia de las nubes. Nos vemos, en consecuencia, ante dos series en la historia occidental de la verdad. La serie de la verdad descubierta, constante, constituida, demostrada, y la serie de la verdad que no es del orden de lo que es sino de lo que sucede, una verdad, por lo tanto, no dada en la forma del descubrimiento sino en la forma del acontecimiento, una verdad que no se constata y, en cambio, se suscita, se rastrea: producción más que apofántica; una verdad que no se da por medio de instrumentos, sino que se provoca por rituales, se capta por artimañas, se aferra cuando surge la ocasión. En lo que le concierne no se tratará entonces de método sino de estrategia. Entre esa verdad acontecimiento y quien es asido por ella, quien la aprehende o es presa de su toque, la relación no es del orden del objeto y el sujeto. No es, por ende, una relación de conocimiento; es, antes bien, una relación de choque, una relación del orden del rayo o del relámpago; también una relación del orden de la caza, una relación, en todo caso, arriesgada, reversible, belicosa, de dominación y de victoria y, por tanto, no de conocimiento sino de poder.”

Michel Foucault
Clase del 23 de enero de 1974
Curso “El poder psiquiátrico” dictado en el Collège de France